Ante el
epitafio de la Modernidad
Estamos inmersos en tiempos de cambio. Occidente avanza siguiendo
un rumbo incierto, sin destino definido. A tenor de no pocos factores
fácilmente perceptibles que ya han estado presentes en cataclismos civilizacionales pasados,
todo parece indicar que nos encontramos en un cambio de era histórica.
La extinción de los
grandes paradigmas filosóficos y de las
ideologías omnicomprensivas que han determinado los siglos XIX y XX nos han
conducido hasta el actual limbo histórico: La caída de la última gran
tautología de la Modernidad, el Marxismo,
ha llevado a que nadie confíe ya en grandes constructos ideológicos y
filosóficos capaces de explicarlo todo. La Historia, al final, puede que no
tenga una dirección definida y una meta última y preestablecida hacia la que la
Humanidad se dirige empujada por fuerza irrefrenables: El despliegue dialéctico de Hegel, el impulso de la Razón, el desarrollo técnico, la lucha de clases de Marx, …
Resulta claro a estas alturas que la etiqueta con la que ha sido bautizada
nuestra era histórica, Posmodernidad, no resulta aleatoria ni carente de significado:
Nos encontramos en el tiempo que transcurre más
allá de la Modernidad, esto es, más allá de la creencia en una historia
lineal que avanza, progresando, hacia un Paraíso en la tierra; fe secular que
ha inspirado a la mayor parte de los movimientos políticos y de las corrientes
de ideas desde la Ilustración y la Revolución francesa. No hay linealidad, no
hay progreso, no hay un mundo idílico que esperar. Entonces, ¿Dónde hallar un
Sentido?
Antaño esta razón de
ser se encontraba depositada sobre pilares
religiosos: Antes de la inauguración de la era de las revoluciones, los
interrogantes vitales del hombre eran respondidos desde la cosmovisión
cristiana. Todo estaba impregnado por la fe, no solo el pensamiento, sino el
entero orden social y político del Antiguo régimen.
Antes del hundimiento del armazón civilizacional cristiano durante los cataclismos del siglo XIX y la dispersión de sus restos en el XX, ya habían comenzado a aparecer grietas y goteras preocupantes con la Revolución protestante, la científica y la Ilustración.
Pequeños aperitivos de lo que le esperaba a la Iglesia con la llegada del mundo moderno tras la estela de los estandartes de los ejércitos napoleónicos.
Antes del hundimiento del armazón civilizacional cristiano durante los cataclismos del siglo XIX y la dispersión de sus restos en el XX, ya habían comenzado a aparecer grietas y goteras preocupantes con la Revolución protestante, la científica y la Ilustración.
Pequeños aperitivos de lo que le esperaba a la Iglesia con la llegada del mundo moderno tras la estela de los estandartes de los ejércitos napoleónicos.
Pero no es nuestra intención trazar una historia del paso de
la era cristiana a la moderna, ni del modelo de civilización del Antiguo
régimen al económico-técnico industrial contemporáneo, sino más bien
certificar, sumándonos a la opinión mayoritaria de los analistas serios, que no
nos encontramos ya en una misa en recuerdo de ese viejo difunto que es el Cristianismo -El tiempo dirá si con
capacidad de retornar de entre los muertos como su Fundador-, sino más bien en
un velatorio en el que despedimos a un fiambre mucho más fresco: La Modernidad misma.
Los soles del paradigma
ilustrado -Igualdad, Razón, Progreso- se ocultan bajo las montañas de la
historia dejando a Occidente sumido en la penumbra: Desparecida la cosmovisión
que ha imperado durante los últimos doscientos años entre los pueblos europeos
y en honor de la cual se han realizado gigantescos sacrificios espirituales y
humanos, ¿Qué podemos esperar del futuro? ¿Rendirnos quizá al simple pero
eficiente criterio de la rentabilidad y a la búsqueda del placer inmediato, ya
se presente éste en su vertiente consumista o fisiológica? ¿Acomodarnos de la
mejor manera posible en esa sociedad y mundo
líquidos de los que nos hablaba Zygmunt Bauman?
El más somero de los análisis históricos y la observación de la deriva de nuestro propio mundo nos revela que semejantes modos de vida y modelos de
conducta no articulan civilización
alguna, sino que vienen a alertar de la próxima desintegración de ésta.
No estamos, como todavía nos promete la cínica Izquierda superviviente al final del marxismo, en
el preludio de una era en la que el hombre habrá quedado emancipado de todo
condicionante opresivo (De orden
sexual, claro ésta, al haber estar ya extinguidas las promesas del Socialismo
real tras la experiencia práctica del Comunismo), sino en la antesala de la que
puede llegar a ser la mayor crisis que ha vivido la civilización occidental en
toda su historia. Y no, ésto no es ninguna exageración: Los tiempos que se
aproximan pueden resultar bastante más negros que los siglos oscuros que
llegaron tras el final de Roma o incluso a las dos guerras mundial.
Ante este panorama, ¿Qué se puede hacer?
Ante este panorama, ¿Qué se puede hacer?
La trampa
del Futurismo
Descartada la opción de dejarnos arrastrar por el nihilismo posmoderno y la resignación a entregar la vida en una continua búsqueda de estímulos para la satisfacción
de nuestros impulsos primarios, tan solo nos queda el tratar de contribuir a la
realización de una monumental tarea histórica: La proposición y desarrollo de
un nuevo paradigma que desplace al
agonizante.
Esta misión gigantesca debe emprenderse teniendo
en cuenta los errores (Y también los aciertos por escasos que sean) que los filósofos modernos han cometido en las
décadas que nos preceden: La búsqueda obsesiva de originalidad y el tratar de desarrollar un nuevo modelo filosófico definitivo podría conducir
a nuestra imaginación en una peligrosa deriva hacia un mundo futuro de formas
difusas. En esta Trampa del futurismo
(Nada que ver con la corriente artística del siglo XX) han caído no pocos
movimientos y autores anteriores a nosotros: la tentación de dejar vagar la
mente hacia futuros indeterminados en los que es fácil ofrecer utopías a los
pueblos, ha llevado al desarrollo de no pocas tautologías durante los siglos
XIX y XX; puros castillos de naipes teóricos que se han derrumbado desde sus
más tempranos intentos de aplicación práctica. A menos que el filósofo o el
intelectual de turno cuente con una bola de cristal o con el asesoramiento de
una echadora de cartas, conviene limitar al mínimo las construcciones mentales
de esos futuribles indeterminados.
Esta advertencia queda reforzada por la conciencia de que
debemos construir desde las condiciones
presentes, otro factor pocas veces tenido en cuenta por corrientes
pretéritas y que explica también numerosos desastres.
¿A dónde mirar entonces? Hacia la única dirección histórica
posible: El Pasado. Pero no desde la
óptica nostálgica y quejosa que ha lastrado al pensamiento tradicionalista
cristiano, muchas veces contraponiendo utopías en el pasado a las utopías en el futuro
planteadas por sus rivales progresistas, sino más bien admitiendo la evidencia
de que hay principios eternos en el
hombre, que son precisamente los que le constituyen como tal, que éstos se
presentan en todas las épocas y en todas las culturas, y que deben funcionar
como una camisa de fuerza para que
todo planteamiento teórico no se corrompa para dejar paso a una nueva y nefasta
tautología ideológica.
Posmodernidad:
¿Estertores o catalepsia?
Siendo fieles a la verdad, puede que la Modernidad no haya dicho aun su última palabra. Prueba
de ello es que estamos inmersos en la que tiene todos los visos de
ser la última revolución moderna: El asedio al espíritu de la Nueva izquierda.
ser la última revolución moderna: El asedio al espíritu de la Nueva izquierda.
Todas las filosofías y corrientes de Nueva izquierda, esto es
la izquierda actual sobreviviente al final del Marxismo, se fundamentan sobre
el asalto y destrucción de la que podemos considerar la naturaleza constitutiva del ser humano. La familia, el amor, los
lazos comunitarios, la moral heredada, la paternidad, la identidad étnica, ... no son para nuestra
izquierda más que instituciones arcaicas y
bárbaras que deben ser suprimidas en pos de la liberación total de los
impulsos y de la entronización del Deseo como mandamiento supremo.
No se trata únicamente de que durante la Posmodernidad se
dude de manera pasiva de la validez de esos esquemas e instituciones humanas
heredados de nuestros ancestros, sino que a nivel cultural, y cada vez más
también desde las altas esferas políticas, imperan ideologías revolucionarias que centran su acción corrosiva sobre
construcciones elementales de la naturaleza humana. El objetivo no es ya derribar a un Estado o un orden social considerado opresivo, sino que el actual programa de demoliciones revolucionarias está pensado para acabar con las instituciones antropológicas básicas en las que los individuos adquieren su condición plena de seres humanos.
construcciones elementales de la naturaleza humana. El objetivo no es ya derribar a un Estado o un orden social considerado opresivo, sino que el actual programa de demoliciones revolucionarias está pensado para acabar con las instituciones antropológicas básicas en las que los individuos adquieren su condición plena de seres humanos.
A nuestro alegato en defensa de un nuevo paradigma hay que
sumar, por tanto, reivindicaciones bastante más básicas: Hay que blindar y proteger aquellas instituciones y formas de vida que, lejos de ser el
resultado del desarrollo práctico de la aplicación de una ideología teórica, componen los
fundamentos de aquello que llamamos condición
natural del hombre.
La Reacción en nuestro tiempo la integramos los que
pretendemos defender la simple, llana pero eterna naturaleza humana. Quizá éste
sea el mejor exponente del punto terminal en el que se encuentra esa cosa que
llamamos civilización occidental.
Tradición
con mayúscula y tradición con minúscula
Recalquemos un punto ya citado: Éste no es un alegato
tradicionalista al uso. No se trata de rehabilitar el Antiguo régimen. Esa
posibilidad, en mi humilde opinión, se mantuvo hasta las postrimerías del siglo
XIX y más concretamente hasta el tumultuoso comienzo del siglo XX con la Gran
guerra, conflicto que vaporizó las últimas tres monarquías tradicionales de Europa: Los imperios ruso, austro-húngaro y alemán. Pero no nos adelantemos porque estas cuestiones serán analizadas más
adelante en estas mismas líneas.
Retornemos al título: ¿A
qué alude ese juego de palabras? El pensamiento cristiano ha tratado de
monopolizar la palabra tradición,
como si no existiesen tradiciones que les precedieron y como si los propios padres del
cristianismo no hubiesen construido la Iglesia sobre cimientos paganos.
No vea aquí el lector una crítica facilona al Catolicismo:
Más bien al contrario, pretendo transmitir una imagen fiel del mismo, para lo
cual resulta imprescindible mirar más allá de la Basílica de San Pedro para
otear las siete colinas romanas, y desde éstas, alzar un poco más la vista
hasta la Acrópolis de Atenas y las costas del Egeo.
Por ir aludiendo ya a autores patrios que conviene traer a
colación en este texto, hay recordar las certeras palabras del hoy proscrito
Eugenio D´Ors con aquello de Lo que no es
tradición, es plagio.
A la búsqueda
de referentes
Me va a permitir el lector hacer un alto en el camino para
recalcar algunos de los principios fundamentales que he citado hasta ahora: Necesidad de defender la condición natural
del hombre, y a partir de ahí y sin salirnos nunca de esa necesidad imperativa
de naturaleza casi biológica puesta en entredicho por la ideología de género y
los postulados emancipatorios de la Nueva izquierda, plantear un nuevo paradigma que se sostenga sobre construcciones históricas y antropológicas,
no ideológicas o teóricas, sino eternas.
Ya tenemos de donde partir.
Este principio básico nos conduce a nueva pregunta. Quizá uno
de los grandes enigmas que deberán responderse a lo largo del siglo XXI: ¿Qué tiempo debemos utilizar como espejo?
¿Qué era, de la extensa y rica historia europea, debemos fijar como nuestro
referente a la hora de teorizar sobre una nueva cosmovisión?
El enigma, como la tarea histórica que aquí nos limitamos a
plantear, presenta una enorme complejidad: Hay que bucear bajo la superficie de
una historia milenaria hasta unas profundidades insondables a las que muchas
veces solo alcanza el mito.
Dando un primer paso, y haciendo una partición un tanto
grotesca en la historia europea, podríamos señalar las siguientes grandes
épocas históricas como posibles focos de referentes para nuestro tiempo:
· El pasado
tribal hispánico: Las tribus pre-romanas como modelo de conducta
desarrollado por pueblos autóctonos antes de la aculturación imperial. Muy
conectado con el mundo griego a través del modelo social aristocrático y la
moral heroica.
·
El pasado
pagano clásico: Grecia y Roma como las dos columnas de Hércules que
sostienen la civilización europea.
·
El pasado
cristiano, que a pesar de que hoy se encuentra en un estado terminal, pervive
y constituye el último modelo de civilización europea previo a la llegada de la
Modernidad.
· Un compendio de todos ellos aludiendo a esas constantes, a esas líneas maestras de la
historia, que se han mantenido presentes y prácticamente imperturbables desde
las cavernas paleolíticas hasta los imperios coloniales del siglo XVIII y los
comienzos de la contemporaneidad.
Me veo obligado a recalcar lo grotesco de la mutilación
realizada: Soy consciente de que al margen de estas categorías y
aun dentro de ellas queda aún mucha tela que cortar; pero para dibujar un
boceto a grandes rasgos de la problemática histórica con la que se ha topado
nuestra generación, la búsqueda de
referentes para superar una época que carece de ellos, y para la humilde
intención introductoria de este texto, esta peregrina división puede sernos
útil.
El porqué de utilizar categorías religiosas
Algún lector avezado podría llegar
a preguntarse en este punto, ¿Y por qué
hablar de
Paganismo y Cristianismo? ¿No estamos ante un debate estéril, al haber quedado en nuestro mundo extinguida toda metafísica y olvidado el concepto de lo Sagrado? ¿No sería más propicio partir desde cosmovisiones secularizadas más semejantes a las habituales ideologías modernas? Sin querer entrar demasiado en una cuestión que podría llegar a ser materia de artículos específicos, resumo las razones por las cuales la construcción de un nuevo paradigma superador del posmoderno que tenga en consideración las etiquetas de paganismo y cristianismo es perfectamente válido y diría incluso que imprescindible:
Paganismo y Cristianismo? ¿No estamos ante un debate estéril, al haber quedado en nuestro mundo extinguida toda metafísica y olvidado el concepto de lo Sagrado? ¿No sería más propicio partir desde cosmovisiones secularizadas más semejantes a las habituales ideologías modernas? Sin querer entrar demasiado en una cuestión que podría llegar a ser materia de artículos específicos, resumo las razones por las cuales la construcción de un nuevo paradigma superador del posmoderno que tenga en consideración las etiquetas de paganismo y cristianismo es perfectamente válido y diría incluso que imprescindible:
1º La extinción de la metafísica y el olvido de lo sagrado resultan a mis ojos una de las peores consecuencias de la Modernidad y, en extensión, uno de los daños provocados a reparar y no precisamente una de las bases sobre las que empezar a construir con solidez.
2º Las ideologías modernas resultan ser un cristianismo secularizado y sin
Dios. Tal como veremos con más extensión más adelante, las ideologías
modernas desde el
liberalismo pueden explicarse como herejías cristianas basadas en la toma de elementos religiosos y su conversión en principios filosóficos secularizados: Así, liberalismo y marxismo, los dos principales frutos de la Modernidad, junto a sus filiales actuales como el feminismo, constituyen versiones del cristianismo en la que todo lo metafísico se convierte en terrenal -Paraíso y Redención del hombre en la Tierra, visión lineal de la historia, universalismo, etcétera- y en las que la idea del Pecado original queda suprimida para poder plantear la posibilidad de construir órdenes políticos perfectos.
liberalismo pueden explicarse como herejías cristianas basadas en la toma de elementos religiosos y su conversión en principios filosóficos secularizados: Así, liberalismo y marxismo, los dos principales frutos de la Modernidad, junto a sus filiales actuales como el feminismo, constituyen versiones del cristianismo en la que todo lo metafísico se convierte en terrenal -Paraíso y Redención del hombre en la Tierra, visión lineal de la historia, universalismo, etcétera- y en las que la idea del Pecado original queda suprimida para poder plantear la posibilidad de construir órdenes políticos perfectos.
3º Las formas políticas modernas suelen ser instituciones o conceptos
políticos cristianos secularizados. De la misma manera que las ideologías
modernas parten desde el cristianismo, también lo hacen las formas políticas tal como ha demostrado
sobradamente el profesor Dalmacio Negro: Los estados europeos se construyeron
imitando a instituciones eclesiásticas y numerosos conceptos de la teoría
política también tuvieron como modelo principios del dogma cristiano.
4º G. K. Chesterton, personaje que
goza de gran importancia en toda la temática presentada en este artículo,
comentaba que aquellos que dejan de creer
en Dios, empiezan a creer en cualquier cosa. Y estaba en lo cierto: El
hundimiento del paradigma cristiano trajo la adhesión a nuevos dogmas, las ideologías modernas, y la actual crisis
de éstas en las épocas más recientes ha venido seguida de un auténtico estallido de nuevas religiones y corrientes
exotéricas de diverso pelaje. La Iglesia de la cienciología, el Evangelismo
importado desde Latinoamérica, todo tipo de cultos orientales previamente
convertidos en productos consumibles por el occidental medio, espiritismos
varios, etcétera. En otras palabras: mientras que los templos y los seminarios
están vacíos, las consultas de los adivinos están llenas.
En sentido estricto no existe retroceso de la fe, pues la
creencia en algo superior al
individuo es otro de esos elementos consustanciales al ser humano. Lo único que
varía es el sujeto o la promesa, de carácter terrenal o trascendente, sobre los
que esa fe se deposita.
El mundo moderno parte en sus formas filosóficas y políticas de un cristianismo secularizado. Tiene por
tanto todo el sentido que la superación de éste se logre a través de una
revisión de los orígenes profundos de la civilización occidental, cuyo núcleo resulta ser en la mayoría de los casos de carácter religioso.
Cales,
arenas y mezcla de ambas
Queda por tanto presentada la Pregunta (Si, va con mayúscula)
de nuestra generación: ¿Cuál debe ser nuestro referente histórico a la hora de construir un paradigma con el que tratar de
plantear un futuro diferente más allá de la Posmodernidad?
Ya ha sido advertido el lector en
líneas anteriores: Tratar de levantar una nueva cosmovisión, o siendo
un poco más humilde, plantear una nueva forma de mirar la vida y la historia,
no es una tarea que se caracterice precisamente por su sencillez. Más bien al
contrario, requiere de más de uno y de más de dos visionarios entregados a una
misión que puede requerir décadas de trabajo. No alcanzan a tanto mis fuerzas o
mis capacidades, con lo que recalco la voluntad introductoria de este artículo.
Como todo en la vida, cada opción de
las presentadas en los puntos anteriores posee ventajas e inconvenientes que dificultan, hay quien dirá que
impiden, una rehabilitación total de los grandes modelos de civilización
planteados.
Esta primera premisa, que ha de ser tenida en cuenta en todo momento, podría indicar que la mejor opción es la basada en el sincretismo y las continuidades entre el mundo pagano y el cristiano: Buscar el común denominador en los siglos pretéritos y empezar a articular
un pensamiento desde ahí, desde lo constante; pero esa línea de trabajo no está libre de sus propias dificultades: Siendo efectivamente en mi opinión la opción más viable y deseable, no está de más decir que el armonizar corrientes tan dispares exige iguales o mayores esfuerzos que las otras líneas de trabajo propuestas. El adherirse con fervor dogmático a una alternativa concreta, ya sea pagana o cristiana, facilita de manera momentánea las cosas pues tan solo se requiere abrazar con fe unos postulados monolíticos.
Esta primera premisa, que ha de ser tenida en cuenta en todo momento, podría indicar que la mejor opción es la basada en el sincretismo y las continuidades entre el mundo pagano y el cristiano: Buscar el común denominador en los siglos pretéritos y empezar a articular
un pensamiento desde ahí, desde lo constante; pero esa línea de trabajo no está libre de sus propias dificultades: Siendo efectivamente en mi opinión la opción más viable y deseable, no está de más decir que el armonizar corrientes tan dispares exige iguales o mayores esfuerzos que las otras líneas de trabajo propuestas. El adherirse con fervor dogmático a una alternativa concreta, ya sea pagana o cristiana, facilita de manera momentánea las cosas pues tan solo se requiere abrazar con fe unos postulados monolíticos.
Por el contrario, si seguimos la
vía del sincretismo nos topamos con
el reto de tratar de
encontrar líneas maestras y de continuidad entre universos de ideas y modelos civilizatorios divergentes y que, por si fuera poco, no tuvieron precisamente relaciones cordiales en las coordenadas históricas concretas en las que convivieron. Veáse la Romanización como proceso por el cual se puso fin al tribalismo hispánico o el cristianismo como superación del paganismo clásico.
encontrar líneas maestras y de continuidad entre universos de ideas y modelos civilizatorios divergentes y que, por si fuera poco, no tuvieron precisamente relaciones cordiales en las coordenadas históricas concretas en las que convivieron. Veáse la Romanización como proceso por el cual se puso fin al tribalismo hispánico o el cristianismo como superación del paganismo clásico.
Por tanto, tenemos delante de
nosotros dos importantes escollos ante los que hay que hacer otra parada
obligatoria: El primero, es el de rehabilitar
una cosmovisión pasada para los tiempos actuales, para lo cual se debe afrontar
la problemática de tratar de
armonizar universos de ideas dispares. Y no acaba aquí la cosa pues cada
opción de las citadas cuenta con sus propias ventajas e inconvenientes
específicos: Los aprietos que tenemos por delante no estriban solo en el acto de ponerse a caminar
por una vía elegida, sino que toda dirección que tomemos contará con sus
correspondientes trabas y resistencias. Las calzadas que se dirigen hacia
Jerusalén no están peor o mejor pavimentadas que las que nos acercan a Roma o a
Atenas. Organicemos entonces nuestro viaje para que las dificultades inherentes a todo peregrinar no nos desanimen cuando nos hallemos alejados de
ese punto de partida que llamamos Posmodernidad.
El retorno de los viejos dioses
Ventajas de la recuperación de una cosmovisión pagana
1)
Iglesia,
Concilio vaticano II y "adaptación a los tiempos"
El saciar nuestra sed de referentes
en el mundo pagano permite superar un problema de dimensiones no precisamente
pequeñas: La izquierdización del
pensamiento
católico y la adaptación a los tiempos -Es decir, a la Modernidad- emprendida por la Iglesia y cuyo cénit fue el Concilio vaticano II (1962-1965)
católico y la adaptación a los tiempos -Es decir, a la Modernidad- emprendida por la Iglesia y cuyo cénit fue el Concilio vaticano II (1962-1965)
Este cambio de rumbo eclesial nos plantea
unas resistencias considerables a la hora de construir un pensamiento
alternativo a la Modernidad desde el Cristianismo, al haberse adherido las
altas esferas oficiales de ésta al paradigma que pretendemos superar. En cierta
manera la Iglesia ha ligado su destino al del mundo moderno.
El citado Concilio ha supuesto,
visto con perspectiva, una de las mayores revoluciones
internas emprendidas por la Iglesia: En su intento por hacerse más
atractiva a los ojos del occidental cosmopolita medio, acabó comulgando con
todos los principios de la Modernidad, incluyendo el acercamiento al marxismo,
muy de moda en esos años sesenta en los que tuvo lugar la reunión conciliar.
La institución que había sido la
base de la mayor parte del conservadurismo
europeo durante los siglos XIX y XX capituló por una cuestión de marketing. Los efectos no se hicieron
esperar en numerosos movimientos católicos que dieron un giro de ciento ochenta
grados acorde al de la institución a la que debían sumisión: En España cabe
destacar el final del apoyo del Vaticano al Franquismo que minó la base
filosófica
sobre la que asentaba un régimen formalmente declarado como Católico; la metamorfosis del Carlismo, que pasó a hacer del Socialismo auto-gestionario la base de su ideario; el surgimiento de la Teología de la liberación que inspiraría a guerrillas comunistoides en Latinoamerica o el apoyo clerical al separatismo vasco incluso en su vertiente terrorista encarnada en ETA.
sobre la que asentaba un régimen formalmente declarado como Católico; la metamorfosis del Carlismo, que pasó a hacer del Socialismo auto-gestionario la base de su ideario; el surgimiento de la Teología de la liberación que inspiraría a guerrillas comunistoides en Latinoamerica o el apoyo clerical al separatismo vasco incluso en su vertiente terrorista encarnada en ETA.
Hoy, a pesar del final del
Socialismo real, la Iglesia no ha cejado en sus intentos de ofrecer una buena
cara a una opinión pública que la detesta: Extinguida la vía marxista, la
institución fundada por San Pedro ha pasado a convertirse en una mera sucursal
de los Derechos humanos. El Papa Francisco I no es una excepción en la historia
eclesiástica reciente sino la culminación a una dinámica de largo recorrido.
Para acabar de aclarar cual es la nueva
situación con respecto a la iglesia, baste tomar como ejemplo a uno de los grandes
defensores hispanos de la ortodoxia católica: Marcelino Menéndez Pelayo. Este autor, en su monumental Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882), traza una línea en el discurrir histórico de España
que separa a los ortodoxos católicos de los heterodoxos pertenecientes a herejías o a corrientes que a lo largo de los siglos no han comulgado con la Iglesia. A partir de esa división llega a sostener que tan solo en la ortodoxia se puede hallar la auténtica españolidad, quedando los heterodoxos fuera de la categoría nacional hispana.
que separa a los ortodoxos católicos de los heterodoxos pertenecientes a herejías o a corrientes que a lo largo de los siglos no han comulgado con la Iglesia. A partir de esa división llega a sostener que tan solo en la ortodoxia se puede hallar la auténtica españolidad, quedando los heterodoxos fuera de la categoría nacional hispana.
Esta tesis, quizá asumible en su
época, resulta insostenible hoy: el propio Menéndez Pelayo, de regresar a la
vida en nuestros días, sería considerado por la Iglesia como uno de esos heterodoxos que son objeto de su crítica.
El célebre santanderino no fue consciente de lo que es una cuestión
trascendental: La línea que separa ortodoxia y heterodoxia es móvil, y ante la
adaptación de la Iglesia a la Modernidad y su intento de homologación a los
movimientos de izquierda, esta frontera se ha desplazado de manera notable dejando en la heterodoxia a todos los
movimientos reaccionarios y tradicionalistas, históricos y actuales.
En definitiva, el alejarse de un Cristianismo
en vías de extinción y que a día de hoy no pasa de ser la enésima opción
globalizadora, en la que casi de manera protocolaria se adora a un Dios convertido
al Progresismo, supone un paso casi irrenunciable.
Nuestro intento de buscar un
asidero firme para levantar una nueva cosmovisión no es nuevo: Uno de los
primeros movimientos que se percataron del rumbo terminal que tomaba la
civilización occidental y de la necesidad de ponerle remedio fue la bautizada
como Nueva derecha, corriente de pensamiento de vocación metapolítica que
viene desarrollándose en Francia desde finales de los años sesenta.
Esta escuela, sobre
la que espero escribir más en un futuro, se ha
mostrado especialmente crítica con el cristianismo: Retomando concepciones de autores anteriores como Splenger, Nietzsche y otros, consideran la mencionada religión como la matriz original de la Ilustración y la Modernidad, al haber sido pionera en el planteamiento de cuatro principios troncales de ésta: El individualismo, por la Salvación individual y la relación íntima del creyente con Dios; el igualitarismo, al estar todos los hombres llamados a la Salvación y ser considerados iguales a los ojos del Creador; el Progresismo, presentando una historia lineal desde el Paraíso original a la Parusía, esquema copiado por todas las ideologías modernas; y el Universalismo, por la misión histórica de extender el mensaje evangélico a todos los hombres del orbe.
mostrado especialmente crítica con el cristianismo: Retomando concepciones de autores anteriores como Splenger, Nietzsche y otros, consideran la mencionada religión como la matriz original de la Ilustración y la Modernidad, al haber sido pionera en el planteamiento de cuatro principios troncales de ésta: El individualismo, por la Salvación individual y la relación íntima del creyente con Dios; el igualitarismo, al estar todos los hombres llamados a la Salvación y ser considerados iguales a los ojos del Creador; el Progresismo, presentando una historia lineal desde el Paraíso original a la Parusía, esquema copiado por todas las ideologías modernas; y el Universalismo, por la misión histórica de extender el mensaje evangélico a todos los hombres del orbe.
Desde la Nueva derecha se plantea
un retorno al Paganismo que sirva tanto para romper con las ideas-matriz
de la modernidad recogidas en el párrafo anterior, como para trasladar la adoración cristiana hacia un
ente y un plano trascendente, metafísico y ajeno al mundo visible, hacia el
mundo terrenal y perceptible, recuperando
de esta forma la veneración, no a deidades del pasado, sino a la Naturaleza.
El tomar una cosmovisión pagana
como base de un pensamiento nuevo permitiría importar los valiosos trabajos de la Nueva derecha a España, escuela
que lleva reflexionando en torno a los problemas que hoy nos aquejan desde hace
décadas. En esta labor de recepción de las ideas de Alain de Benoist y sus
seguidores han destacado José Javier Esparza, autor que sin embargo es defensor
del cristianismo, y Javier Ruiz Portella.
3)
Cristianismo:
La cuna de las ideologías igualitarias
Mera reiteración de lo ya señalado
en el punto anterior: No pocos críticos de la Modernidad señalan al
Cristianismo como el origen de los principios troncales de igualdad,
individualismo, progresismo y universalismo en los que ésta se ha sustentado.
La ruptura con el cristianismo, es la ruptura también con la base misma del
modelo de civilización que ansiamos dejar atrás.
4)
La Historia como proceso cíclico
La
crisis general de la Modernidad implica también el total descrédito de uno de
sus principios troncales: La concepción
lineal de la historia. El advenimiento de la Posmodernidad, entre otras
muchas cosas, lo que nos ha demostrado es que la Historia no es un proceso
lógico formado por una serie de etapas que se suceden de manera necesaria partiendo
desde un origen arcaico hasta llegar a un destino ideal y utópico, impulsada
por una serie de fuerzas macrohistóricas sobre las que el hombre no tiene
ninguna capacidad de resistencia. Para Hegel, nada podía hacer el
individuo contra el despliegue de la razón, y para Marx y sus acólitos, el
hundimiento del capitalismo y la llegada de Paraíso proletario era tan inevitable
como que a la noche le seguirá el amanecer.
La
constatación de la falsedad de esta suerte de dogma de fe moderno vuelve a dar
vigencia a la creencia de origen pagano
en una historia de carácter cíclico, retomada por algunos autores concretos
como Nietzsche con su Eterno retorno
o Splenger con su teoría de que las civilizaciones sufren un proceso de
decadencia equiparable al de los seres vivos con fases de nacimiento,
crecimiento, a veces reproducción y siempre muerte. El ocaso de la Modernidad
refuerza esta concepción cíclica de la historia y por ende a los pensadores
paganos que en su día ya la entendieron como tal.
Los viejos dioses… ¿Demasiado viejos?
Desventajas de las cosmovisiones paganas
1)
Dos mil
años, son muchos años
La brecha temporal que nos separa
del mundo pagano es muy amplia: Hace más de mil años que el paganismo desapareció
de Europa occidental y lo hizo en gran medida porque se había convertido en una
religión muerta.
Me refiero en este punto de manera
específica a la religión oficial romana y en gran medida también la griega: La
mayoría de los cultos tan solo pervivían de manera artificial debido a que eran una pieza más dentro de la burocracia
del Imperio romano o de las ciudades-estado. Ello explica la rápido expansión y
popularidad de las religiones mistéricas, de cultos venidos de Oriente o del
propio cristianismo.
En Grecia, por su parte, el
extraordinario desarrollo de las
corrientes filosóficas y algunas religiosas
asociadas a ellas (No estaba clara la diferencia entre ambos campos en
aquel momento) llevó al abandono aún más temprano de las religiones oficiales
de las ciudades-estado.
Baste comprobar las razones esgrimidas en el asesinato judicial de Sócrates y como los planteamientos monoteístas imperaron dentro de la filosofía mucho antes del advenimiento del cristianismo; factor que llevó a los primeros representantes de la nueva fe a considerar el pensamiento griego como una preparación para la posterior llegada del Evangelio querida Dios.
Baste comprobar las razones esgrimidas en el asesinato judicial de Sócrates y como los planteamientos monoteístas imperaron dentro de la filosofía mucho antes del advenimiento del cristianismo; factor que llevó a los primeros representantes de la nueva fe a considerar el pensamiento griego como una preparación para la posterior llegada del Evangelio querida Dios.
Cabe señalar que no ocurriría así en todas las regiones de
Europa: La Evangelización se expandiría algunas veces a sangre y fuego por
las regiones del norte y el este del continente, aunque no es menos cierto que
muchos monarcas y sus pueblos adjuraron
voluntariamente de sus antiguas creencias para pasar a formar parte de la
Cristiandad. Los clásicos primero y los bárbaros después abrazaron el
Cristianismo y no siempre por forzada imposición manu
militari. Sus razones tendrían.
No adelantemos acontecimientos y
volvamos al meollo de este punto apuntando una evidencia impuesta por el sentido común: Rehabilitar
una cosmovisión desaparecida hace más de 1.000 años es más complicada que una que,
aunque agonizante, todavía existe.
2)
La problemática
en torno al término “Pagano”
¿A qué etapa histórica
circunscribimos el término paganismo?
El uso interesado de esta etiqueta, la distorsión que ha venido de la mano de algunos
grupúsculos denominados a sí mismos como neopaganos
y la mala ambientación histórica de películas y series ha sembrado un clima de
desconcierto en el que la popularidad de los tópicos es la norma.
Lo primero que hay que dirimir es a
qué llamamos mundo pagano, pues si el término hace referencia de manera general
a todo lo que antecedió al Cristianismo, tenemos
que enfrentarnos a una inabarcable profundidad histórica que tendría que medirse en milenios. Normalmente el apelativo se ha asociado a la Edad del hierro -De manera más concreta, y por pura moda, a los celtas- a Grecia y a Roma, por ser las etapas más conocidas donde comienzan a aparecer las referencias escritas y por ser el mundo clásico donde el paganismo alcanza su cénit en todos los órdenes.
que enfrentarnos a una inabarcable profundidad histórica que tendría que medirse en milenios. Normalmente el apelativo se ha asociado a la Edad del hierro -De manera más concreta, y por pura moda, a los celtas- a Grecia y a Roma, por ser las etapas más conocidas donde comienzan a aparecer las referencias escritas y por ser el mundo clásico donde el paganismo alcanza su cénit en todos los órdenes.
Sin embargo, estas eras de la
historia no fueron más que breves periodos de tiempo si los comparamos con la
inmensidad de la Prehistoria anterior a la expansión de la cultura celta o a la
aparición del embrión del helenismo.
¿Las cavernas paleolíticas, el megalitismo o la cultura del vaso campaniforme los incluimos también dentro del cajón de sastre del Paganismo? Y en caso de hacerlo, ¿Cómo articular un pensamiento valiéndonos de mundos y culturas tan dispares? Tal vez antes de posicionarnos en el conflicto entre paganismo y cristianismo, lo que habría que determinar de manera clara y precisa es a que alude cada uno de estas categorías tan genéricas.
¿Las cavernas paleolíticas, el megalitismo o la cultura del vaso campaniforme los incluimos también dentro del cajón de sastre del Paganismo? Y en caso de hacerlo, ¿Cómo articular un pensamiento valiéndonos de mundos y culturas tan dispares? Tal vez antes de posicionarnos en el conflicto entre paganismo y cristianismo, lo que habría que determinar de manera clara y precisa es a que alude cada uno de estas categorías tan genéricas.
3)
Neopaganismo:
¿Pose estética y filosófica o cosmovisión religiosa?
La Nueva derecha, principal
valedora en nuestros días del Pagagnismo, cae en una contradicción bastante
evidente cuando profundiza en la cuestión
religiosa. Por un lado, acusan al Cristianismo del olvido de lo Sagrado,
por un principio ya comentado en la parte superior: El colocar el objeto de adoración fuera del mundo -Dios y Cielo
metafísicos- ha provocado a la larga la desacralización de la Naturaleza y el
abandono en último término de la religión. Hasta aquí, hipótesis debatible a la
que no me atrevo a entrar por ahora.
La cuestión es que para poner
solución a tan complejo fenómeno como es el de la desaparición de la religión como fuerza social, no proponen una
posición religiosa alternativa sino una pose y voluntad filosóficas: Recuperar la adoración de la Naturaleza. Pero, ¿En base a qué?
Ningún pagano actual, ni
siquiera entre los que componen auténticas sectas de carácter esotérico, cree en dioses paganos. Nadie
cree en Odín, Wotan, Júpiter o Lug. La posición de la Nueva derecha en la
cuestión religiosa no pasa de pose de carácter estético y clave de
interpretación filosófica; para nada constituye una religión que sustituya al
Crisitianismo en descomposición. Si ésto basta para oponerse al ateísmo, al
materialismo y al nihilismo derivado de ambos, lo dudo mucho.
Con todos los matices que merezca
el autor, me aproximo a la cita de Heidegger en la que nos alertaba de que ya
tan solo un Dios podía salvarnos. Y
lo cierto es que la Nueva derecha ofrece nuevos planteamientos, pero no nuevos
dioses.
4)
Nuestros íberos
y celtas
Nos encontramos con una serie de complicaciones
extra si atendemos al caso concreto del paganismo puramente ibérico. Para
evitar mayores problemas, consideraremos pagano en este caso a los últimos
pueblos prehistóricos (Protohistóricos, si se me permite la pedantería) de la
Península: El archiconocido matrimonio
entre celtas e íberos.
El estudio de estos pueblos se encontrará
lastrado desde los primeros pasos que demos:
No conservamos testimonios escritos de primera mano de lo que estas gentes
pensaban sobre sí mismos, información que desde luego no puede proporcionar la arqueología, por más que se trate de una disciplina útil.
pensaban sobre sí mismos, información que desde luego no puede proporcionar la arqueología, por más que se trate de una disciplina útil.
Las informaciones conservadas
provienen de autores grecorromanos que, por más crítica historiográfica que se
les practique, no dejarán de ser las opiniones de observadores externos. Ni que decir tiene que cuanto más retrasemos
el reloj, menos serán los testimonios conservados.
Como desventaja definitiva y
castiza por ser puramente hispánica, nos topamos con la dificultad de construir
una cosmovisión basándonos en los modos
de vida de unos pueblos que no nos legaron testimonio escrito de lo que ellos
pensaban sobre sí mismos. Esto no implica que estemos totalmente ciegos,
pues el uso combinado de los textos clásicos y la arqueología, junto a la
búsqueda de similitudes y conexiones con las historias de otros pueblos paganos
nos acercan a la visión del mundo de nuestros remotos ancestros, pero tampoco
conviene negar este inconveniente de
base que hay que tener en cuenta en todo momento en nuestro trabajo.
Los cielos
y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Marcos 13,24-32)
Ventajas de la recuperación de una cosmovisión
cristiana
1)
Europa: Una
civilización policéntrica
Lo que entendemos por civilización
europea, u Occidente si queremos incluir a las zonas del mundo en las que ésta
ha dejado sus filiales (Estados unidos, Australia y Nueva Zelanda),
tiene unos orígenes y unos cimientos cristianos: Fue el Cristianismo el que unificó espiritualmente
el continente europeo y a los pueblos que lo habitaban. Y más allá de lo espiritual, fue gracias al Cristianismo que la fragmentación política de Europa tras el
hundimiento del Imperio romano pudo superarse en base a un nuevo modelo de civilización que
permitiría mantener cohesionado aquel mosaico de reinos diversos en los esforzados siglos de la Alta edad media.
Este modelo medieval de
civilización por el cual una pluralidad de estructuras políticas y etnias conviven y se relacionan en base a unos esquemas generales
aceptados por todos es además el origen de una de las principales características particulares de Europa: La existencia de diversas naciones y pueblos habitando un mismo espacio y participando de un mismo proyecto de civilización, modelo que difiere de los de otras zonas del mundo donde las civilizaciones tienen como base principal un imperio aglutinador y unitario (Véase China).
aceptados por todos es además el origen de una de las principales características particulares de Europa: La existencia de diversas naciones y pueblos habitando un mismo espacio y participando de un mismo proyecto de civilización, modelo que difiere de los de otras zonas del mundo donde las civilizaciones tienen como base principal un imperio aglutinador y unitario (Véase China).
Este carácter policéntrico se ha mantenido a lo largo los
siglos desde la Edad media, hasta el actual intento de la Unión europea de
homogeneizar a las antiguas naciones bajo una misma estructura política, proyecto netamente antieuropeo que para nada estaba implícito en los orígenes
económicos de la Comunidad europea.
La heterogeneidad de Europa, uno de nuestros grandes tesoros, y que en
nuestros días inspira la mayor parte de las resistencias que se oponen a las fuerzas
homogeneizadoras, ya provengan de la Unión o de la propia Globalización,
tiene su origen en el modelo de civilización que el Cristianismo planteó y
llevó adelante tras el hundimiento del Imperio romano.
2)
Germanos,
nórdicos, eslavos y húngaros
Si en la actualidad podemos decir
que un sueco, un alemán y un español comparten la pertenencia a una misma
civilización se debe también en gran medida a la acción del Cristianismo: Tras
el final de Roma, no solo se articuló en el nuevo esquema a los territorios que
habían formado parte del Imperio, sino que se incluyó en este proyecto histórico a pueblos hasta ese momento
considerados bárbaros en Europa occidental
y que componían culturas ajenas totalmente a las del mundo mediterráneo y que, en definitiva, no formaban parte de una misma civilización.
y que componían culturas ajenas totalmente a las del mundo mediterráneo y que, en definitiva, no formaban parte de una misma civilización.
Fue a través de la acción evangelizadora y de la conversión de numerosos monarcas bárbaros,
que pueblos como los nórdicos, los germanos, los eslavos o los húngaros,
conjunto de etnias que habían asolado Europa con sus incursiones, pasaron a
formar de una misma civilización, siendo a día de hoy una parte esencial de la
misma y sin la que la palabra Europa no tendría el menor sentido.
En suma, antes del advenimiento del
cristianismo la fragmentación en tribus y regiones culturales diversas, en ciudades-estado o con la radical diferencia entre el Imperio y los pueblos de más allá del Limes nos impiden hablar de una
civilización europea compartida en los términos en los que la entendemos hoy.
Este punto, como todos los
recogidos, requiere matices: Sin ir más lejos, la fragmentación en
ciudades-estado helénicas fue superada mucho antes de la anexión de Grecia por Roma, con el Imperio
alejandrino y los reinos helenísticos posteriores. Y tanto bárbaros como
romanos practicaban mayoritariamente religiones
de raíz indoeuropea heredadas desde los tiempos remotos en que esos pueblos
prehistóricos y casi por entero desconocidos comenzaron su extraña carrera a lo
largo y ancho de toda Eurasia.
Sin embargo, esta referencia a la base común indoeuropea de griegos, romanos,
germanos y nórdicos tan solo es útil para la labor de estudio de los historiadores, porque en aquel momento los
pueblos protagonistas de esta historia no identificaban a Odín o a Wotan con
Zeus o Júpiter, por mucho que, con más de 2000 años de perspectiva, nosotros
podamos hablar de este fondo religioso común.
Siendo cierto que se produjeron conversiones forzosas emprendidas entre otros por las huestes de Carlomagno o los
caballeros teutónicos, también muchos dirigentes
bárbaros se convirtieron de manera voluntaria a la nueva fe y junto a ellos sus
pueblos articulándose de esta manera una Europa medieval que a partir del
decisivo año 1.000 comenzaría una fulgurante expansión en todos los órdenes que
la conduciría a ostentar la hegemonía planetaria durante siglos.
3) Resistencia
y expansión: El despertar de Europa en el año 1.000
Me resulta francamente complicado
el emprender la tarea de defender o apuntalar el sostenimiento de una identidad
cualquiera, tratando de saltar de manera voluntaria por encima de los últimos
dos milenios de esa identidad.
Y lo que es más, no estamos ante
dos milenios formados por siglos tenebrosos de los que no pueda destacarse
más que la ruina y las sombras como algún insufrible progresista todavía
pretende hacernos creer hoy: Haciendo otra participación brusca a
las que ya estarán acostumbrados los lectores, en el primer milenio de nuestra era Europa superó una serie de retos de considerable magnitud, equiparables quizá a los de nuestro propio tiempo: No solo se logró construir una nueva Europa a partir de las ruinas del Imperio romano con la consolidación y cristianización de los reinos bárbaros, sino que éstos demostrarían una gran capacidad de resistencia: Las llamadas Segundas invasiones a Europa protagonizadas por magiares, vikingos y sarracenos fueron contenidas a pesar de las penosas perspectivas iniciales. Desde el norte llegaron los temidos vikingos asolando las costas del atlántico y del mediterráneo, desde el este las hordas magiares y desde el sur una avalancha imparable inspirada por una nueva fe que a duras penas pudo contenerse en la cordillera cantábrica, el Pirineo y los muros de Constantinopla.
las que ya estarán acostumbrados los lectores, en el primer milenio de nuestra era Europa superó una serie de retos de considerable magnitud, equiparables quizá a los de nuestro propio tiempo: No solo se logró construir una nueva Europa a partir de las ruinas del Imperio romano con la consolidación y cristianización de los reinos bárbaros, sino que éstos demostrarían una gran capacidad de resistencia: Las llamadas Segundas invasiones a Europa protagonizadas por magiares, vikingos y sarracenos fueron contenidas a pesar de las penosas perspectivas iniciales. Desde el norte llegaron los temidos vikingos asolando las costas del atlántico y del mediterráneo, desde el este las hordas magiares y desde el sur una avalancha imparable inspirada por una nueva fe que a duras penas pudo contenerse en la cordillera cantábrica, el Pirineo y los muros de Constantinopla.
Desde semejante escenario, lo que
era un continente en retroceso, asediado desde todos los frentes y que a duras
penas podía resistir ante el embate de tantos enemigos, explosionó en una serie
de contraataques exultantes a partir de
ese decisivo año mil en el que muchos creían hasta ese momento, visto el
panorama, que el mundo tocaba a su fin.
Los desconocidos y crueles nórdicos
se convertirían al cristianismo, lo mismo que los magiares tras instalarse en
la llanura de Panonia; el Islam comenzó a retroceder en la
Península ibérica y toda Europa emprendió la campaña común de las Cruzadas, buena muestra de la recién innaugurada hermandad continental, para tratar de recuperar Tierra santa.
Península ibérica y toda Europa emprendió la campaña común de las Cruzadas, buena muestra de la recién innaugurada hermandad continental, para tratar de recuperar Tierra santa.
Estas periódicas expansiones
europeas emprendidas en todas las direcciones no concluirían junto al medievo, más bien al contrario, comenzarían a llevarse a cabo por todos los
océanos de la Tierra para dejar paso a la era de los imperios occidentales que
se perpetuarían hasta los dos cataclismos bélicos del siglo XX: La muerte de
Europa en la Gran Guerra y su entierro en la Segunda guerra mundial.
3)
Cristianismo
y Modernidad
Hechas ya las aclaraciones previas
sobre el carácter cristiano de la civilización occidental que actualmente
agoniza y resumidos los decisivos siglos en los que la Europa cristiana expandió sus imperios por todo el Planeta, toca
analizar hasta qué punto el cristianismo sigue siendo útil como oposición de la
Modernidad. En ese sentido cabe destacar lo que es un hecho fundamental: El pensamiento cristiano ha convivido con
la Modernidad, mientras que el paganismo no. Muchas respuestas y
alternativas a ésta vienen inspiradas por pensadores cristianos. Baste
señalar los
planteamientos de Donoso Cortés, la doctrina social de la Iglesia con el Rerum Novarum y el Distributismo, el renacimiento católico francés y el movimiento de Oxford, todo el pensamiento tradicionalista, el propio régimen de Franco con su Estado declarado formalmente católico y un larguísimo etcétera que tan solo se corta a partir de la hecatombe conciliar del Vaticano II.
planteamientos de Donoso Cortés, la doctrina social de la Iglesia con el Rerum Novarum y el Distributismo, el renacimiento católico francés y el movimiento de Oxford, todo el pensamiento tradicionalista, el propio régimen de Franco con su Estado declarado formalmente católico y un larguísimo etcétera que tan solo se corta a partir de la hecatombe conciliar del Vaticano II.
4)
El
Cristianismo continúa siendo una religión mientras que el Paganismo no
Mientras que el paganismo en
nuestros días no pasa de mera posición filosófica o estética, tal como ya hemos
visto en la crítica a la Nueva derecha, el Cristianismo cuenta aún con adeptos
a pesar de hallarse en crisis. El progresivo vaciamiento de los templos y los
seminarios que hemos podido observar en los últimos tiempos no impide señalar
lo obvio: Aun agonizando, estamos ante una religión
viva.
No me resulta ésta una cuestión
baladí: La Modernidad resulta ser un
gigantesco
proyecto de tonos más religiosos que políticos, en especial si ponemos la lupa sobre sus raíces profundas que no dejan de ser un cristianismo secularizado a partir de la conversión de los conceptos religiosos en conceptos político-filosóficos y de la eliminación de la advertencia del Pecado original.
proyecto de tonos más religiosos que políticos, en especial si ponemos la lupa sobre sus raíces profundas que no dejan de ser un cristianismo secularizado a partir de la conversión de los conceptos religiosos en conceptos político-filosóficos y de la eliminación de la advertencia del Pecado original.
Este principio de la Modernidad como herejía cristiana se
encuentra incluso exacerbado en nuestros días, tiempo en el que el delirio
ideológico nos ha conducido hasta un ser humano que se erige como un Dios,
posición que le permite oponerse a las propias leyes de la naturaleza si así se
lo impone su deseo personal.
Siendo esto así, el Cristianismo podría
presentarse como una resistencia espiritual frente a una serie de ideologías
que se presentan como sustitutorias de la religión, cosa que el paganismo desde
luego no podría hacer por no ser más que una posición filosófica.
5) La Edad media: El tiempo de la Diferencia
Siendo indudable que los principios originarios y vertebrales del pensamiento ilustrado son tomados del Cristianismo, no es menos cierto que la época dorada de esta religión se caracterizó precisamente por la proposición de unos modelos antagónicos al ideal moderno, a destacar la sociedad aristocrática.
La igualdad ante los ojos de Dios o el individualismo por la relación íntima del
creyente con su Creador no implicó que en los siglos de apogeo del Cristianismo existiese una sociedad igualitaria, más bien al contrario: Todo el cuerpo social medieval quedó organizado en estructuras jerárquicas de carácter corporativo basadas en relaciones personales de dependencia y vasallaje contrarias en todo orden a cualquier principio de igualdad entendido según los esquemas modernos y actuales.
La famosa triada Oratores, belatores y laboratores refleja de un modo general este modelo de organización social de esencia aristocrática, que se reproducía también con las estructuras gremiales, en las organizaciones eclesiásticas, en el modelo de dependencia piramidal que ligaba a todos los individuos desde el rey hasta el último de los campesinos, entre otros muchos ejemplos.
Por otro lado, el alumbramiento de la Modernidad se produce a través de un doloroso parto durante el cual el principal objeto a abatir fue precisamente toda reminiscencia -ideológica, espiritual o social- de este orden cristiano medieval. A partir del análisis de estos hechos, podríamos llegar a pensar que la Modernidad no es tanto una derivación del Cristianismo sino una versión herética del mismo. Volveremos sobre ello en las líneas siguientes.
5) La Edad media: El tiempo de la Diferencia
Siendo indudable que los principios originarios y vertebrales del pensamiento ilustrado son tomados del Cristianismo, no es menos cierto que la época dorada de esta religión se caracterizó precisamente por la proposición de unos modelos antagónicos al ideal moderno, a destacar la sociedad aristocrática.
La igualdad ante los ojos de Dios o el individualismo por la relación íntima del
creyente con su Creador no implicó que en los siglos de apogeo del Cristianismo existiese una sociedad igualitaria, más bien al contrario: Todo el cuerpo social medieval quedó organizado en estructuras jerárquicas de carácter corporativo basadas en relaciones personales de dependencia y vasallaje contrarias en todo orden a cualquier principio de igualdad entendido según los esquemas modernos y actuales.
La famosa triada Oratores, belatores y laboratores refleja de un modo general este modelo de organización social de esencia aristocrática, que se reproducía también con las estructuras gremiales, en las organizaciones eclesiásticas, en el modelo de dependencia piramidal que ligaba a todos los individuos desde el rey hasta el último de los campesinos, entre otros muchos ejemplos.
Por otro lado, el alumbramiento de la Modernidad se produce a través de un doloroso parto durante el cual el principal objeto a abatir fue precisamente toda reminiscencia -ideológica, espiritual o social- de este orden cristiano medieval. A partir del análisis de estos hechos, podríamos llegar a pensar que la Modernidad no es tanto una derivación del Cristianismo sino una versión herética del mismo. Volveremos sobre ello en las líneas siguientes.
6)
La herencia
del tradicionalismo hispánico
España cuenta en su haber con un gran
número de autores antimodernos de corte tradicionalista que nos han
legado importantes obras. Destacan sobre manera Donoso Cortés, Menéndez Pelayo
o Ramiro de Maeztu con Acción española entre otros. Todos ellos partían en su reflexión y en su
crítica a la Modernidad desde posiciones católicas. Es por ello que
el acercamiento a una cosmovisión cristiana permitiría apoyarse en esta valiosa herencia histórica de carácter netamente hispano.
el acercamiento a una cosmovisión cristiana permitiría apoyarse en esta valiosa herencia histórica de carácter netamente hispano.
En este punto, y partiendo de la
dualidad ortodoxia-heterodoxia ya comentada, quizá lo que habría que
preguntarse es hasta qué punto estos autores
continúan siendo católicos, al haber quedado sus obras condenadas como
herejías ante el cambio de rumbo político de la Iglesia. En cualquier caso, ahí
quedan sus trabajos como testimonio imperecedero de que hubo un tiempo en el
que la derecha española contaba con intelectuales de talla considerable, dato
que puede llegar a sorprender si atendemos a nuestra actual situación.
7)
Más allá
del Vaticano
Hay cristianismo más allá de Roma. Frente
a la ortodoxia vaticana, encontramos muy diversas formas de ser cristiano a lo largo de la historia
europea y española: Desde Prisciliano en España (Al que Sánchez Dragó dedica una auténtica apología), los
templarios, las herejías medievales y modernas, el rito hispánico o mozárabe en España extirpado por la reforma de Cluny, el monacato hispano durante el reino godo, …
templarios, las herejías medievales y modernas, el rito hispánico o mozárabe en España extirpado por la reforma de Cluny, el monacato hispano durante el reino godo, …
Y es que, como veremos más
adelante, se debe diferenciar entre el cristianismo
como cosmovisión general que permitió mantener, transmitir y cultivar gran
parte del pensamiento pagano-clásico, hermanando a la Europa postimperial; del Vaticano como institución política que
se encontraba en el centro de ese universo y cuyo papel en la historia del
continente merece una revisión crítica llevada a cabo con detenimiento.
Volveremos sobre ello.
Desventajas del mantenimiento de una cosmovisión
católica
El Tercer secreto de Fátima: También a
otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada,
en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de
alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una
gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante,
apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que
encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a
los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon
varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras
otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas
seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos
brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal
en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella
las almas que se acercaban a Dios.
1)
Una agonía de largo recorrido
La crisis del Cristianismo no data
de anteayer.
Estamos en una fase terminal dentro un
proceso de larga duración inaugurado con la
Revolución protestante que vino a aniquilar ese orden europeo medieval en el que el Catolicismo y el Vaticano funcionaban como el eje en torno al que orbitaban los reinos del Viejo mundo. Esa quiebra histórica fue seguida por la Ilustración y el comienzo de la era las revoluciones a partir del siglo XVIII.
Revolución protestante que vino a aniquilar ese orden europeo medieval en el que el Catolicismo y el Vaticano funcionaban como el eje en torno al que orbitaban los reinos del Viejo mundo. Esa quiebra histórica fue seguida por la Ilustración y el comienzo de la era las revoluciones a partir del siglo XVIII.
La novedad representativa de la vigente agonía del cristianismo es que
la Iglesia por primera vez ha renunciado a mantener sus principios históricos,
cejando en su intento de resistir a la Modernidad para pasar a sumarse a ella, entrega
que se ha venido produciendo sobre todo a partir del Concilio vaticano II pero
que ya venía preparándose mucho antes.
Este hito marca el punto álgido en una deriva secularizadora que algunos
sostienen
que se remonta hasta la permisión del Cristianismo en el seno del Imperio a partir del Concilio de Nicea (325) el que la fe que hasta entonces se había desarrollado en los márgenes de la sociedad imperial quedó imbricada en el poder político de la mano de Constantino. En otras palabras: el cristianismo ya desde el siglo IV cobijaba en su seno la semilla de la secularización, la cual germinaría de manera lenta pero inexorable hasta culminar su desarrollo en nuestra época, cuando el contenido religioso de lo que antaño fue una auténtica religión queda eclipsado por lo mundano y terrenal.
que se remonta hasta la permisión del Cristianismo en el seno del Imperio a partir del Concilio de Nicea (325) el que la fe que hasta entonces se había desarrollado en los márgenes de la sociedad imperial quedó imbricada en el poder político de la mano de Constantino. En otras palabras: el cristianismo ya desde el siglo IV cobijaba en su seno la semilla de la secularización, la cual germinaría de manera lenta pero inexorable hasta culminar su desarrollo en nuestra época, cuando el contenido religioso de lo que antaño fue una auténtica religión queda eclipsado por lo mundano y terrenal.
En cualquier caso, secularización y crisis del Cristianismo
resultan ser dos procesos históricos de larga duración y que no parece que
vayan a tener solución futura más allá de la conversión de la Iglesia en una
sucursal de la ONU y los Derechos humanos y, en consecuencia, el final del cristianismo como religión.
2)
Cristianismo como matriz de la Modernidad:
Individualismo, igualitarismo, progresismo y universalidad
Tal como señalan autores como Alain
de Benoist, en el cristianismo aparecen cuatro conceptos que, una vez
secularizados y cribado su contenido trascedente y religioso, se convirtieron
en pilares maestros de la Modernidad: Individualismo,
igualdad, progresismo y
universalismo.
Merece la pena repetirse: Individualismo, por la relación íntima
y particular de cada creyente con Dios; igualdad,
por ser considerados todos los hombres iguales a los ojos
de Dios y estar todos llamados a la Salvación; progresismo, por plantear por primera vez una historia lineal que conduce de un Paraíso original al Final de los tiempos, rompiendo con la concepción de historia cíclica típica del Paganismo; y universalismo por la misión evangelizadora que debía proyectarse hacia todos los pueblos del planeta.
Lo primero que hay que juzgar llegados a este punto es hasta qué punto el Cristianismo es el origen último de la Modernidad: Siendo cierto que los conceptos troncales de la Ilustración se toman de él, la adulteración que sufren con su secularización no es menos importante y resulta imprescindible para comprender en toda su extensión el fenómeno moderno.
Por otro lado, todas las revoluciones modernas se basan en la eliminación del concepto de Pecado original, mito que nos recuerda la debilidad de la condición humana y su tendencia natural al mal. De la misma manera, la deriva ideológica siempre ha conducido, con el tiempo, hacia un ateísmo militante que se ha colocado muchas veces en el eje de las ideologías.
Maestros como Chesterton o Gómez Dávila aluden precisamente a estos fenómenos: Condenan la Modernidad no tanto por ser anticristiana, que también, sino por tratarse de una gigantesca y destructiva herejía del cristianismo.
de Dios y estar todos llamados a la Salvación; progresismo, por plantear por primera vez una historia lineal que conduce de un Paraíso original al Final de los tiempos, rompiendo con la concepción de historia cíclica típica del Paganismo; y universalismo por la misión evangelizadora que debía proyectarse hacia todos los pueblos del planeta.
Lo primero que hay que juzgar llegados a este punto es hasta qué punto el Cristianismo es el origen último de la Modernidad: Siendo cierto que los conceptos troncales de la Ilustración se toman de él, la adulteración que sufren con su secularización no es menos importante y resulta imprescindible para comprender en toda su extensión el fenómeno moderno.
Por otro lado, todas las revoluciones modernas se basan en la eliminación del concepto de Pecado original, mito que nos recuerda la debilidad de la condición humana y su tendencia natural al mal. De la misma manera, la deriva ideológica siempre ha conducido, con el tiempo, hacia un ateísmo militante que se ha colocado muchas veces en el eje de las ideologías.
Maestros como Chesterton o Gómez Dávila aluden precisamente a estos fenómenos: Condenan la Modernidad no tanto por ser anticristiana, que también, sino por tratarse de una gigantesca y destructiva herejía del cristianismo.
Por otro lado y contradiciendo en
parte lo dicho en el párrafo anterior, el Cristianismo
siempre tuvo una fuerte tendencia a la secularización desde mucho antes de la Ilustración: Siempre existió el peligro de que la fe descendiera por la pendiente del politiqueo y de que los templos pasasen a ser sedes del poder civil. Esta dinámica comienza
a partir de Constantino y la entrada de la hasta entonces religión perseguida
en el ámbito de la política imperial tal como ya hemos resumido.
Después, ya en el medievo, esta dinámica subsistiría con la vocación imperial de unos papas que se arrogaban
derechos políticos y civiles derivados de considerarse herederos de los césares.
Esta tendencia fue especialmente potente en Oriente, donde la Iglesia ortodoxa ha estado siempre del lado del poder
político, ya estuviese encarnado en el Basileus o en el Secretario general de la Unión soviética. Baste remitirse a algunas vergonzosas anécdotas acontecidas en la Rusia soviética en la que los popes ortodoxos desfilaban a modo de homenaje ante la momia de Lennin en la Plaza Roja.
Esta tendencia fue especialmente potente en Oriente, donde la Iglesia ortodoxa ha estado siempre del lado del poder
político, ya estuviese encarnado en el Basileus o en el Secretario general de la Unión soviética. Baste remitirse a algunas vergonzosas anécdotas acontecidas en la Rusia soviética en la que los popes ortodoxos desfilaban a modo de homenaje ante la momia de Lennin en la Plaza Roja.
En Occidente, la destrucción del
Imperio romano y la organización de Europa en entidades políticas diversas
impidió de manera momentánea la consolidación del cesaropapismo y trajo la conflictividad endémica entre el Papado y
el Sacro imperio, modelo que estalla definitivamente con las revoluciones
protestantes y lapidario cuius regio, ius religio. (Cada rey, con su religión) de la Paz de Westfalia (1648)
¿Cuál es entonces la naturaleza
última de la Modernidad? ¿la corrupción herética del cristianismo o el
desarrollo hasta sus últimas consecuencias de una religión de raíz igualitaria? Otro
debate troncal que ha de ser afrontado en nuestro tiempo.
3)
¿Es posible un cristianismo sin Iglesia?
Existe la tremenda dificultad,
puede que incluso imposibilidad, de construir una alternativa a partir del
cristianismo en tanto que los propios jerarcas cristianos castran esa
posibilidad desde arriba tal como ya hemos repetido suficientes veces.
Plantear una respuesta cristiana al
mundo moderno resulta francamente complicado si tenemos en cuenta que las
propias autoridades cristianas se opondrían de manera frontal a tal proyecto, como nos demuestra a diario el Papa Francisco con sus continuas críticas a las opciones identitarias que tratan de
contener las derivas que están arrastrando a la civilización occidental a un
colapso que bien podría ser definitivo.
Chesterton, (Si, otra vez
Chesterton) narra en su libro el Hombre
eterno, en un bello capítulo titulado Las cinco muertes de la fe, que la Iglesia y el Cristianismo han muerto repetidas veces a lo largo de la
historia para después retornar a la vida a través de emanaciones periódicas de
fervor religioso. Apoyándose en este modelo, Chesterton confiaba en que su
época no era más que uno de esos periodos en los que el cristianismo menguaba
para después resurgir con fuerza renovadas.
Lo que el británico no llegó a
conocer fue la deriva de la Iglesia durante el siglo XX: Por primera vez en su
historia, hubo una renuncia voluntaria
a los principios tradicionales
sobre los que se había sostenido desde sus inicios en las catacumbas romanas. Si el cristianismo pudo resurgir tras las diferentes oleadas heréticas, tras la Reforma protestante, la Ilustración o el embate revolucionario fue porque mantuvo unas convicciones firmes que se demostrarían imperturbables e inamovibles ante los vaivenes del mundo. En muchos casos, prefiriendo el martirio a la apostasía, como ocurría en España sin ir más lejos.
sobre los que se había sostenido desde sus inicios en las catacumbas romanas. Si el cristianismo pudo resurgir tras las diferentes oleadas heréticas, tras la Reforma protestante, la Ilustración o el embate revolucionario fue porque mantuvo unas convicciones firmes que se demostrarían imperturbables e inamovibles ante los vaivenes del mundo. En muchos casos, prefiriendo el martirio a la apostasía, como ocurría en España sin ir más lejos.
Hoy, sin embargo, tales convicciones han sido vaporizadas
por la acción directa y consciente de las altas esferas eclesiásticas, y la
Iglesia a unido sus destinos a los de una civilización que decae de manera
irrefrenable en la más absoluta de las corrupciones. A no ser que haya una
revolución dentro de la Iglesia que haga virar el rumbo tomado durante el
pasado siglo, cosa harto complicada, resulta imposible que la fe experimente
otra de esas resurrecciones históricas de la que nos hablaba Chesterton.
4 ) España no fue la espada de Roma, sino su peón
Hablábamos antes del potente pensamiento
tradicionista hispánico heredado y también de ese papado medieval que pretendía
sustituir a la figura de los antiguos emperadores romanos, asumiendo en muchos
casos prerrogativas políticas que pretendían imponer a los reinos europeos.
Lo cierto es que en nuestro país se
ha venido planteando una falsa dicotomía
durante
los tiempos modernos entre las opciones nacional-católicas con Menéndez Pelayo a la cabeza y las progresistas de la escuela krausista o el regeneracionismo. Los primeros, defendían una supuesta España histórica en la que la monarquía como fórmula política habría convivido en un matrimonio casi perfecto con el Catolicismo y el Vaticano como garantes de una civilización cristiana; los segundos, por el contrario, considerarían tales instituciones, monarquía e Iglesia, rémoras para el desarrollo y el crecimiento con las que trataban de explicar el atraso español durante los siglos XIX y XX. A grandes rasgos queda presentado así el boceto de las archiconocidas y falsarias Dos Españas, más vivas hoy que nunca. Baste comprobar el reciente enfrentamiento entre María Elvira Roca Barea y Pérez-Reverte.
los tiempos modernos entre las opciones nacional-católicas con Menéndez Pelayo a la cabeza y las progresistas de la escuela krausista o el regeneracionismo. Los primeros, defendían una supuesta España histórica en la que la monarquía como fórmula política habría convivido en un matrimonio casi perfecto con el Catolicismo y el Vaticano como garantes de una civilización cristiana; los segundos, por el contrario, considerarían tales instituciones, monarquía e Iglesia, rémoras para el desarrollo y el crecimiento con las que trataban de explicar el atraso español durante los siglos XIX y XX. A grandes rasgos queda presentado así el boceto de las archiconocidas y falsarias Dos Españas, más vivas hoy que nunca. Baste comprobar el reciente enfrentamiento entre María Elvira Roca Barea y Pérez-Reverte.
Hablo de unas dos Españas falsarias
porque este debate, como todo enfrentamiento dogmático y cerril entre dos posturas
antagónicas, ha limitado y parcelado el pensamiento con respecto a la historia
de España: Si ha llegado usted hasta esta parte del texto, no hace falta decir
que desde aquí planteamos la defensa y
la promoción de la tradición, pero de una tradición verdadera que para nada
incluye de manera íntegra todo los mitos nacional-católicos, pero que por
supuesto se opone también a esa suicida voluntad regeneracionista de fundar España otra vez como si nunca hubiese
existido, delirio planteado por Ortega y Gasset.
Centrémonos en la mitología nacional-católica, pues la
Leyenda negra, interiorizada en España a través del Regeneracionismo, es ya de sobra conocida: Lo cierto es que
si ha habido una institución nociva y que de manera hartera ha enturbiado los
destinos de España ha sido sin duda el Vaticano. Como reza el título, España no
fue nunca la espada de Roma, como nos decía
de manera grandilocuente Menéndez Pelayo, sino más bien su peón. Un peón no
pocas veces apuñalado por la espalda en momentos
decisivos de nuestra historia, a destacar la Reconquista, la secesión de Portugal que se mantiene hasta hoy o la defensa del Imperio, gigantesca construcción política que se sacrificó en la vana defensa de un mundo católico que ya había sido aniquilado por Lutero y Calvino.
decisivos de nuestra historia, a destacar la Reconquista, la secesión de Portugal que se mantiene hasta hoy o la defensa del Imperio, gigantesca construcción política que se sacrificó en la vana defensa de un mundo católico que ya había sido aniquilado por Lutero y Calvino.
Seamos justos: En una época de
revoluciones en la que muchas formas tradicionales de vida estaban siendo barridas
del mapa podía resultar casi natural para los escritores conservadores de los siglos XIX
y el XX aludir al pasado católico para sostener sus argumentaciones. Pero a día
de hoy, cuando la propia Iglesia ha dejado a esos autores en el limbo de la
heterodoxia y las traiciones de las instancias eclesiásticas no han cejado en
lo más mínimo (Basta ver el apoyo al separatismo, sin ir más lejos), continuar
intentando que España no salga del redil vaticano es una actitud que solo puede
ser catalogada como masoquista.
A lo mejor lo que habría que hacer,
como ya hicieron en los siglos remotos nuestros padres, es mantener el cristianismo pero alejarse del nocivo Vaticano tomando
como ejemplo a corrientes y personajes que soñaron con una fe diferente:
Prisciliano en España; los templarios,
aplastados por la alianza histórica entre Roma y Francia; los cátaros que
hicieron de las cumbres aragonesas su último reducto de resistencia; el rito
hispánico o mozárabe destruido por orden papal con la apisonadora cluniancese;
el particular monacato hispánico de época visigoda, la revolución mística del
siglo XVII y un largo etcétera que nos demuestra que hay cristianismo más allá
de Roma y que quizá tengamos en la España histórica a uno de los más firmes
representantes de éste.
La sinuosa ruta del sincretismo
Lo que no
es Tradición, es plagio
Quedan introducidas en las líneas
precedentes una serie de cuestiones de gran relevancia. Cuestiones que son sin
duda determinantes en nuestro tiempo para todo aquel que busque en el pasado un
asidero firme para el presente. Antes de concluir hay que citar un principio
que sirve para armonizar este pandemónium
de visiones, posturas y puntos a favor y en contra: El Cristianismo no fue una revolución jacobina o soviética que arrasó
el mundo pagano y sembró sal sobre los campos arados por los maestros
clásicos. Hay continuidades de la suficiente envergadura como para
poder trazar líneas maestras a nivel histórico que ligan de manera inseparable el
mundo pagano con el cristiano.
Podríamos hablar aquí de los
orígenes paganos de vírgenes, santos y de la propia figura de Cristo, de la
filosofía en el seno de la nueva religión, de los edificios de culto, la
simbología, el arte y un largo etcétera a través del cual el mundo clásico
sobrevivió a duras penas, como Europa en general, en los duros años del medievo y
más allá. Son cuestiones sobradamente comentadas y en las que habrá que ahondar
más en el futuro.
No está exento este camino de una sucesión de baches y dificultades que impiden
disfrutar de un tranquilo paseo en el que poder admirar sincretismos
milenarios. Las continuidades entre la protohistoria ibérica y la época romana,
aun existiendo, no deben impedirnos ver que el Imperio aplastó las últimas
formas hispanas de vida autóctonas desarrolladas en un estado casi químicamente
puro. Las instancias oficiales de la Iglesia, a pesar de los cimientos paganoides sobre los que levantaron la
nueva religión, purgaron a lo largo de la Edad media e incluso antes no pocos
rasgos de ese paganismo previo. Basta estudiar el proceso judicial contra
Prisciliano en el que el eje de la denuncia se centraba en acusaciones de mago con las que aludían a las
influencias celtas de su doctrina y particular liturgia. Dos simples ejemplos
que nos sirven para entender lo arduo de la tarea propuesta: Unir en un peculiar
espontal milenios de la historia europea.
No estamos ante una simple
intención o una pose histórico-filosófica frívola con la cual obligamos a dos
reticentes esposos, cristianismo y paganismo, a avanzar hasta el altar del sincretismo contra
su voluntad. El enlace puede celebrarse, pues las continuidades existen, aunque
no negaremos que este matrimonio tiene también mucho de conveniencia: Ante nuestro actual panorama de decadencia acelerada y
ante la ausencia momentánea de una alternativa en la que depositar nuestras
esperanzas (En el ocaso de Roma, los europeos al menos podían confiar en que
sus cuerpos serían protegidos por las huestes de los nuevos reyes y sus almas
por la Iglesia) resulta imprescindible esta vuelta a los orígenes. Conviene hacer balance para constatar quiénes somos, qué nos convierte en eso que somos y cómo podemos salvaguardarlo de las mareas destructivas de nuestro
tiempo.
He intentado ofrecer aquí un cuadro
impresionista en el que aparece representado un brumoso paisaje: Si lo observa
usted de cerca apenas distinguirá algunas pinceladas de color aquí y allá, pero
si toma la perspectiva suficiente alejándose un par de pasos quizá pueda
percibir una imagen de conjunto con la que tener una idea más clara de cuál
es la situación actual de occidente, qué alternativas se presentan para
superarla y que debilidades y fortalezas presentan cada una de ellas. Si
habiendo llegado usted a este párrafo el texto le ha resultado clarificador, me
doy por satisfecho.
Queda ahora a su libre elección que senda tomar. Yo, por mi parte, continuaré cuestionándome todas ellas para asegurarme de que todo paso dado sea en firme.
Queda ahora a su libre elección que senda tomar. Yo, por mi parte, continuaré cuestionándome todas ellas para asegurarme de que todo paso dado sea en firme.
Más que cristiano, quizá soy un pagano que cree en Cristo
Solo es católico cabal aquel que construye la catedral de su alma sobre criptas paganas
El cristianismo completa al paganismo agregando al temor a lo Divino, la confianza en Dios.
Escolios de Nicolás Gómez Dávila
Solo es católico cabal aquel que construye la catedral de su alma sobre criptas paganas
El cristianismo completa al paganismo agregando al temor a lo Divino, la confianza en Dios.
Escolios de Nicolás Gómez Dávila
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